Nuestro sistema educativo debe concebirse no solo para lo que necesitamos hoy, sino para todo lo que podemos alcanzar en el futuro. Este objetivo requiere un esfuerzo mancomunado de los sectores empresariales, sociedad civil y gobierno. Todos juntos podemos.
Por Selma Polanco


A menudo pensamos en la educación como un mecanismo para fortalecer el capital humano que necesitan los sectores productivos ya existentes en un país determinado. Esta es una realidad que no admite discusión, pero deja de lado que un sistema educativo con buen funcionamiento también contribuye a formar profesionales para nuevas ocupaciones, incentivando la inversión en sectores potenciales, emergentes o en expansión.
Mientras más dinámica es la economía, es decir, mientras más mercados tiene y más diversificada está, más propensa es a generar mayor riqueza, porque trae consigo diversidad de productos y servicios que son aprovechados por el consumo local, el turismo e, incluso, el comercio exterior.
Para incentivar a que la economía crezca es necesario pensar de manera disruptiva y también optimista, con la mirada puesta en lo que podemos hacer, más que lo que hacemos. Porque ser capaces significa apostar a la innovación y esta, definitivamente, supone invertir en nuestro capital humano.
La disrupción a la que nos referimos no implica crear robots o naves del futuro, aunque no tenemos por qué descartarlos, sino, por un lado, mirar las industrias que pueden servirnos de referencia, observar cómo se comportan, y por otro, nuestras necesidades cotidianas, para reinventar nuestras formas de hacer las cosas.
Me refiero a aspectos tan simples como los que se pusieron en marcha en el país con la llegada del covid. Hace dos años el uso que dábamos los dominicanos y dominicanas a las aplicaciones de servicios a domicilio para pedir una cena o realizar las compras del hogar, era limitado en cantidad de personas y en intensidad de uso. Lo mismo podría decirse del envío a través de un repartidor o un mensajero desconocido de documentos y artículos.
La educación a distancia era más una tendencia futura que no acababa de llegar, igual que la asistencia remota para temas de salud. Lo cierto es que la pandemia nos ha ayudado a ver que existen bondades cuando pensamos de manera disruptiva para atender necesidades concretas y nos planteamos como podemos hacerlo mejor.
De hecho, los ejemplos sobre innovaciones son infinitos: necesitamos empezar a tener que cargar nuestras maletas, porque ya no teníamos sirvientes que nos las cargaran, para que a algún diseñador industrial se le ocurriera ponerle ruedas.
Cuando cambiamos nuestra forma de pensar empezamos a innovar en procesos. Y esto trae consigo la necesidad de personas con las competencias para las cuales puede que no exista aún disponibilidad de oferta de educación o formación. Todos los inventos con los que hoy vivimos y nos hacen la vida más fácil en algún momento no existieron, y fueron tal vez juzgados como una locura.
Por tanto, aun parezca no viable o realista una propuesta de cambio que tenga como fin mejorar nuestros niveles de vida, como país y sociedad, debemos darnos la oportunidad de pensarla, analizarla y buscar la forma de hacerla posible.
Uno de los ejemplos que siempre me gusta traer a colación es el de Corea del Sur, conocido como “el milagro económico del Este Asiático”, que pasó de ser una nación destruida y en conflicto al finalizar la Guerra en 1953, más pobre que muchos países latinoamericanos, a colocarse hoy entre una de las potencias más desarrolladas del mundo.
Corea percibió el valor de invertir en industrias de manufactura y tecnología, los llamados Cheabols (conglomerados empresariales industriales, como Hyundai y Samsung); y, gracias a una alianza entre el gobierno y los sectores productivos iniciaron un proceso de inversión en la educación necesaria para impulsar esos sectores. El resultado: las exportaciones de Corea del Sur pasaron de representar un 2% del PIB en 1962 a un 30% en 1980, cifra que se mantiene en la actualidad.
La economía dominicana, ciertamente, sigue creciendo de manera vigorosa y por encima del promedio de la región. Pero han sido muchas las voces que alertan sobre la necesidad de un cambio de paradigma que nos lleve a impulsar nuevos mercados sin desaprovechar nuestra ventaja comparativa en sectores que históricamente han sostenido la economía.
Pensemos en servicios que podemos ofrecer y productos que podemos fabricar y no nos limitemos por las capacidades y habilidades de nuestros recursos humanos. Más bien, atrevámonos a generar planes y agendas conjuntas que consideren de manera integral la inversión en capital físico y capital humano.
Lo que tenemos hoy es ínfimo con relación a nuestro potencial. Pero, para desplegar nuestras capacidades, necesitamos trabajar juntos y darnos la oportunidad de pensar fuera de la caja. Sin limitaciones, sin paradigmas. De esta forma todo es posible.
Fuente: El Dinero